Es aquí donde este ingeniero de profesión decidió fijar su residencia en 2007, cuando huyó de su casa de Mainz, tras descubrir que su esposa Edith, ahora con 51 años, había tenido una aventura con un amigo.
Actualmente todas sus pertenencias caben en tres asientos de plástico que utiliza de cama y un carrito de supermercado, que habilita como su guardarropa. Y de muchas bolsas de plástico donde guarda la comida que le ofrecen algunos turistas.
En Alemania René tenía una vida normal; “trabajaba como ingeniero civil”, afirma en una entrevista que el pasado 30 de junio le hizo un reportero del diario Bild que se fijó en él en la terminal mallorquina. En esa entrevista contaba que en 1977 se casó y se convirtió en padre. “Al décimo año de matrimonio mi esposa se fue con un amigo de vacaciones; y volvió embarazada. Para mi fue el final”.
Su barba es la forma que tiene de recordar por qué está allí; y también de recordar a los demás su presencia. Los operarios de limpieza, los guardias de seguridad, los policías, los guías turísticos; todos le conocen. Incluso ayuda a los turistas si necesitan algo para ganarse unas monedas.
Después de vivir en el aeropuerto durante cuatro años, por fin alguien se ha interesado por su historia. Y lo mejor es que ese artículo del diario Bild ha llegado lejos, hasta el centro de su vida. Hace dos días recibió una visita inesperada, cuando su hija Patricia, de 24 años, y su esposa viajaron a verle para convencerle de que volviera a casa.
Empujando una sucia maleta y con su barba enorme, Becker se echó a llorar en cuando vio a las dos mujeres en la sala del aeropuerto. Y sólo dijo una cosa cuando las abrazó: “Creo que podría haber cometido un error; es hora de que vuelva a casa en Alemania”.