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En el penal de San Francisco, Argentina, un joven recluso de 22 años se quería escapar de la cárcel, y como no tenía muchas ganas de pensar se acordó de aquella peli en la que los fugitivos se escapaban en el cesto de la ropa sucia. Estuvo tratando de encontrar el maldito cesto de la ropa sucia, hasta que cansado de buscar vio un contenedor y dijo: “No es lo que quería, pero huele igual de mal”. Acto seguido se metió en él, y ahí permaneció en silencio hasta que los basureros procedieron a su recogida con el correspondiente camión. No sabemos si el chico era tonto o qué, pero el caso es que no le importó lo más mínimo las numerosas noticias que salen en la tele narrando cómo una indigente ha visto acabar su vida lenta y dolorosamente, mientras la trituradora del camión de la basura le iba aplastado sus huesos y sus órganos vitales, hasta que la presión dentro del cráneo era tal que el cerebro acababa saliendo por la nariz. A lo que íbamos. Cuando el camión se paró frente a la puerta de la prisión, el chico salió de entre los residuos, saltó la alambrada de seguridad (¿seguridad?) y huyó hacia la libertad… con una bicicleta que le estaba esperando a la salida. (Imaginaos la situación y preguntaos por qué el chaval no esperó a estar fuera de la prisión para saltar del camión, que hubiera sido lo normal).
Ahora las autoridades han abierto una investigación para determinar las responsabilidades de los guardias que presenciaron la huida, quienes al parecer no hicieron mucho por atraparle. Pero yo les comprendo. ¿A caso vosotros hubierais ido a por el ‘fugitivo’? Yo al menos no. Me habría quedado partiéndome el culo viendo cómo un gilipollas sale del camión de la basura con trozos de plátano por la cabeza, sube una alambrada de unos cuantos metros tropezándose repetidas veces y cortándose todo su cuerpo con los alambres, y termina montándose en una bicicleta.