
Sergio Villagra, ladronzuelo de profesión, entró –sin permiso naturalmente- en una casa del centro de Buenos Aires para intentar hacerse con algún botín. No se le ocurrió otra cosa que ponerse a dar gritos para asustar (o hacer reir) al propietario de la vivienda, sin percatarse de que llevaba puestos los dientes postizos. Como si a cámara lenta sucediese, ladrón y víctima observan como en uno de esos gritos los dientes salieron volando hasta ir a parar debajo de un sofá (la Ley de Murphy nunca falla). Mientras Villagra inmovilizaba a la víctima con un arma blanca, intentaba infructuosamente atrapar sus dientes con el pie. El propietario aprovechó tal circunstancia para escabullirse y avisar a los vecinos, por lo que el ladrón tuvo que huir, de una forma tan penosa, que no sólo no se llevó botín, sino que perdió sus dientes (parece ser que muy profesional no era).
Tras varios meses de investigaciones (la verdad es que son lentos de cojones), los peritos de la policía determinaron que la prótesis dental pertenecía a Villagra, por lo que gracias a esa prueba tan especial, pudo ser arrestado y llevado a prisión por los delitos de "robo, violación de domicilio, amenaza y lesiones".
Terminada la investigación, el ladrón (por llamarle de alguna forma) recuperó su dentadura, la misma con la que ahora deberá “masticar” una pena de 3 años de prisión.